
El 6 de agosto de 1945, apenas dos meses después de la rendición alemana, la aviación de Estados Unidos, lanzó la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, después vendría Nagasaki, según ellos para acelerar el final de la guerra y evitar más muertes (aunque no las de ciudadanos japoneses), pero la realidad es que el poder japonés ya estaba herido de muerte y las bombas tan solo sirvieron para demostrar el poderío armamentístico americano.
Desde una altura de 9.630 metros, el 6 de agosto de 1945, a las 8.15 horas, Paul Warfield Tibbets a bordo del vuelo «Enola Gay«, un bombardero del tipo B-29, dejó caer sobre el puente Aioi de la ciudad de Hiroshima, un objeto negro, suspendido por un paracaídas al que los tripulantes del bombardero habían bautizado como «Litte Boy«.
Cuarenta y tres segundos después una luz lacerante y cegadora, jamás vista, estalló sobre la ciudad.
La bomba atómica, en realidad la primer arma de destrucción masiva que se creo, se tragó virtualmente la ciudad en un radio de 3 kilómetros, la cual quedó hecha un amasijo de fuego y escombros.
Pasado el primer minuto, comenzó a llover. Al llegar la noche, la ciudad parecía un cementerio, moribundos quemados y heridos tambaleantes, con la piel colgando de rostros y cuerpos, constituían un espectáculo dantesco.
Tres días después, el 9 de agosto, otro bombardero B-29, este llamado «Bock’s Car» dejaba caer sobre el centro de Nagasaki la segunda bomba atómica “Fat Man” (hombre gordo), alcanzando a la fábrica Mitsubishi. La ciudad quedó igualmente destruida.
Pese al paso de todos estos años, ha sido imposible precisar el número de víctimas que causaron, se dice que 118.000 murieron instantáneamente en Hiroshima y 74. 000, en Nagasaki, pero no se sabe con exactitud cuantas murieron posteriormente o a lo largo de los años.
No olvidemos estas fechas, «el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla» para evitar que suceda de nuevo otra vez.
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